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[Publicado en El Periódico de Aragón, 22-VIII-1999]
PP, PSOE, GIL
La temperatura política del país suele bajar en agosto, pero parece que también aquí llega el cambio climático a tenor de sucesos como los de Ceuta, Melilla y el GIL. Pero ¿qué pasa con los partidos democráticos y el GIL? Los hechos tienen su lógica, oculta por el juego de mensajes y contramensajes ante los medios de comunicación. Por un lado, no es novedad que el GIL de Gil se haya convertido en problema para los partidos democráticos, ni que haya problemas políticos en ciudades como Ceuta y Melilla, ni el fuego de mortero del PP sobre el PSOE, ni la niñería de recordar lo que Felipe pudo haber dicho allá por el siglo XIX. Eso son anécdotas o cosas que ya se veían venir. Por otro la contradictoria actuación de tránsfugas del PSOE como Malika Mohamed en Melilla y Susana Bermúdez más su marido, se explican en buena parte por anécdotas individuales: rencillas personales, ambición, dinero, favores. Pero claro, eso no es todo. También hay razones más de fondo. Para entender lo que pasa hay que atender primero a los mensajes del GIL: primarios, brutales, sesgados. Por ejemplo: la sociedad no es más que una suma de empresas. La política no es más que otro mercado más y debe regirse por sus leyes, las de la competencia, las del más fuerte. El derecho es básicamente algo que permite ganar dinero si se usa bien; y cuando no es suficiente, la violencia es otro recurso legítimo. Yo soy un buen gestor, que es lo que hace falta; y digo y hago lo que otros hipócritas callan o hacen mal. Como en un club de fútbol, el presidente no es importante que haya sido elegido, lo ha comprado con los votos y no necesita los complejos y caros procedimientos de la democracia para saber lo que sus socios quieren. Lo sabe directamente en el plebiscito del estadio, como los emperadores romanos conocían la voluntad de la plebe sin intermediarios en el circo y el teatro. El alcalde presidente es propietario de la empresa, gana y hace ganar dinero a los que le apoyan. La democracia es sólo un medio, no un fin; al fin y al cabo también Hitler conquistó el gobierno en Alemania ganando unas elecciones. Añadamos: sólo que luego quemó el Reichstag. Todos estos mensajes son peligrosos: calan por simples, y porque pescan en el río revuelto de la frustración por el funcionamiento de la democracia. Porque aquí está la raíz del problema: los fallos de funcionamiento de un sistema político en el que los partidos políticos democráticos siguen siendo indispensables, y en la responsabilidad que en ello tienen sus propios dirigentes, los mismos que son objeto de la burla política del GIL. La crisis de las democracias al acabar el milenio, bien evidente en Europa, se desarrolla aquí con rasgos de atraso provinientes de la propia transición democrática. Los grandes partidos políticos españoles (PP, PSOE) aparecidos después de 1975 tienen poca implantación (sólo centenares de miles de militantes, o sea muy pocos en relación a la población), el cambio social de dos decenios ha dejado sus estructuras desfasadas, y mucho más grave que su conocida dificultad para autofinanciarse son sus deficiencias de organización. Aunque es difícil hacer afirmaciones absolutas, puede decirse que en general los partidos como el PP y el PSOE hace tiempo que no cumplen con el papel fundamental de ser escuelas de democracia participativa, tal y como desde antaño lo son otros grandes partidos políticos europeos. Para verlo no hay que ir a los telediarios, sino a la vida local: en demasiados casos los más viejos del lugar no recordarían la fecha de la última asamblea participativa, o una votación que siguiera a una discusión sobre doctrina y no sobre personas y sectores — oficialistas, renovadores, todo eso— o sobre los acuerdos previos sobre la ejecutiva que debe ser votada mayoritariamente. Hay quien recuerda por ejemplo ciertas asambleas locales de uno de estos partidos en las que con toda normalidad se votaba a mano alzada … y con la prensa sacando fotos. Toda una garantía para saber exactamente quiénes se oponían a los que hacían la propuesta correspondiente. No hace falta ni tomar nota. Otra cuestión decisiva es el funcionamiento organizativo. Por un lado está el problema de la militancia. Primero en el PSOE desde 1982 y luego en el PP, la vieja militancia pronto fue quedando en minoría: después de que el partido ganaba las elecciones correspondientes entraban, junto con ciudadanos voluntariosos, manadas de arribistas con muchas ambiciones e intereses y poca ideología, sin ningún filtro ni selección. Los partidos se han llenado de gente de aluvión y con voto en asambleas, lo que ha frenado el debate sobre ideas, un asambleismo crecientemente manipulable y por reacción la creación de castas burocráticas muy resistentes a la crítica, que mantienen el poder interno largo tiempo e impiden la necesaria renovación política, incluso cuando pierden elecciones. El caso del PSOE sobre todo es de libro. Esto a su vez produce la mala selección de los candidatos a puestos políticos electorales. El sistema electoral mayoritario, pensado en la transición para potenciar los partidos, ha creado diputados, senadores, concejales, cuya supervivencia política depende más de su adscripción al clan mayoritario de la comisión ejecutiva correspondiente que de su gestión real. Modificar el sistema electoral mayoritario de listas cerradas y bloqueadas es asunto político urgente y siempre postpuesto. Por otro lado, el cambio social ha contribuido a llevarse todo por delante. En pocos años los partidos han pasado de organizaciones de masas a quedar atados a las leyes de la opinión mediática, lo que ha llevado a las comisiones ejecutivas a crear, como prioridad absoluta, coriáceos gabinetes de prensa destinados a lanzar mensajes y contramensajes al mercado informativo, y a convertir las asambleas internas en sí mismas en un mensaje más. Sin embargo los hechos son tercos, tanto como el movimiento de la Tierra alrededor del Sol lo era para Galileo, por mucho que la Iglesia condenara su herejía: eppur si muove. Y Galileo ha sido rehabilitado, sí, pero 400 años después. Para afrontar de verdad problemas como el populismo del GIL o las descaradas ambiciones de candidatos como Susana Bermúdez, una candidata simplemente mal seleccionada, no basta hacer pactos superforzados entre el PP y el PSOE que soliviantan las convicciones más íntimas de los militantes de base. Los partidos también tendrán que afrontar sus problemas de organización desde el sentido común más elemental: hacer una buena selección de militantes, depurar los censos internos (se puede hacer perfectamente si se tiene voluntad política); apoyar candidatos bien seleccionados, con integridad y condiciones personales adecuadas, y reformar el funcionamiento interno favoreciendo la participación y renovando la gerontocrática y profesionalizada casta política dirigente. Al GIL hay que combatirlo mejorando la forma de hacer política, y esto no será posible si los partidos no reforman profundamente su funcionamiento.

Source: http://www.guillermoperezsarrion.es/files/2011/07/19990822_PPPSOEGIL_ElPer.pdf

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